Como describió en 1974 Marc Lalonde, ministro de Salud de Canadá, en su informe “Nuevas perspectivas sobre la salud de los canadienses”, la salud depende directamente de cuatro dimensiones: la biología humana, el entorno en el que vivimos (medio ambiente), los estilos de vida y la organización de la atención sanitaria. Así pues, la salud no es solo una condición física, sino que va más allá e incluye otras dimensiones “biopsicosociales” de la persona que deben tenerse en cuenta para lograr un abordaje integral de las personas que conviven con una enfermedad crónica como es la enfermedad cardiovascular (ECV).

“La enfermedad cardiovascular no debería abordarse como una entidad aislada, sino como parte de un sistema integral en el que se interconectan la mente, el corazón y el cuerpo” como describe la American Heart Association (AHA).

Y es que la evidencia reciente muestra que condicionantes psicosociales adversos como tener un bajo nivel socioeconómico, experiencias adversas en la infancia, menor apoyo social o una salud psicológica negativa se asocia con un mayor riesgo de ECV y peores resultados de salud. Asimismo, se ha demostrado que esta relación es bidireccional, pues tener un evento cardiovascular también tiene consecuencias sobre las otras esferas de la persona, tanto la psicológica o emocional, la social y la económico-laboral.

Asimismo, se ha visto que las personas con un diagnóstico de enfermedad crónica tienen mayor riesgo de padecer un trastorno de salud mental, como demuestra el Estudio sobre el impacto emocional de la enfermedad crónica. En concreto, este informe indica que más del 50% de estos pacientes se sienten aislados de la sociedad debido a su patología y en torno al 70% experimentan síntomas depresivos, como cansancio, fatiga, tristeza, problemas de sueño y apatía.

Estos datos muestran que es primordial poder detectar cuanto antes cuando un paciente necesita soporte psicológico y emocional. Para ello, profesionales sanitarios y pacientes deben disponer de las herramientas adecuadas que les permitan evaluar el impacto psicoemocional y poner en marcha los mecanismos adecuados para garantizar una atención integral, es decir, que aborde los aspectos físicos, emocionales y sociales.

Con este objetivo, la Plataforma de Organizaciones de Pacientes (POP) ha presentado recientemente escala CROBI, (acrónimo de Cronicidad y Bienestar), en la que Cardioalianza ha participado en su desarrollo. Se trata de la primera escala validada de bienestar para personas con enfermedades crónicas, que permite medir el impacto de la enfermedad en los planos psicológico, afectivo, emocional y sociolaboral de las personas que conviven con una enfermedad crónica.

Tal y como indica la presidenta de la Plataforma de Organizaciones de Pacientes (POP), Carina Escobar, los problemas emocionales asociados a las enfermedades crónicas pueden redundar en un empeoramiento de la propia enfermedad. “Detectar a tiempo si la salud emocional del paciente se está deteriorando permite poner en marcha los mecanismos asistenciales necesarios para prestarle apoyo y favorecer de esta manera su calidad de vida, su estabilidad psicoemocional y un mejor manejo de su enfermedad crónica”.

Esta escala va dirigida a aquellos pacientes que deseen conocer el impacto que ejerce la enfermedad en los ámbitos psicosocial y laboral; a los profesionales sanitarios para que puedan incorporarla en su práctica clínica como otro elemento de monitorización o indicador de la salud global del paciente; y también a la administración pública para que puedan ofrecer soluciones a las necesidades que destaca los resultados de la escala.

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