El síndrome coronario agudo (SCA), que incluye infartos de miocardio y anginas inestables, sigue siendo una de las principales causas de muerte en los países desarrollados. En España, según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), las enfermedades del sistema circulatorio representaron el 26,2 % de los fallecimientos en el primer semestre de 2024, situándose como primera causa de muerte. Dentro de este grupo, las enfermedades isquémicas del corazón fueron la causa de muerte más frecuente, representando aproximadamente el 6,1% del total de muertes en nuestro país (13.656 defunciones). Este escenario resalta la importancia de implementar estrategias preventivas urgentes para reducir la mortalidad y la incidencia de estas patologías.

En este contexto, un estudio multicéntrico liderado por investigadores de la Fundación Jiménez Díaz, la Universidad Autónoma de Madrid y el CIBERCV, ha demostrado que adoptar un estilo de vida saludable tras un SCA reduce significativamente el riesgo de nuevos eventos cardiovasculares y mejora la supervivencia, incluso en pacientes que siguen un tratamiento médico óptimo.

Publicado en la revista American Journal of Preventive Cardiology, el estudio analizó a 685 pacientes con antecedentes de SCA durante un seguimiento medio de casi cinco años. A los seis meses del evento cardiovascular, se evaluaron siete factores relacionados con el estilo de vida: consumo de frutas y verduras (≥3 raciones al día), ingesta de pescado (≥2 veces por semana), consumo moderado de alcohol (≤7 bebidas a la semana), bajo nivel de estrés (menos de una vez al mes), práctica de actividad física moderada o intensa en el tiempo libre, actividad física en el entorno laboral (caminar) y abandono del tabaco. A cada uno se le asignó un punto, creando una puntuación de estilo de vida saludable de 0 a 7.

El estudio, co-liderado por los doctores José Tuñón y Luis M. Blanco-Colio de la Fundación Jiménez Díaz y el Instituto de Investigación Sanitaria de la misma institución, analizó a 685 pacientes con antecedentes de SCA durante un seguimiento de casi cinco años. Los investigadores asignaron a los pacientes una puntuación de 0 a 7, según el cumplimiento de una serie de hábitos saludables: consumo de frutas y verduras, ingesta regular de pescado, control del consumo de alcohol, manejo del estrés, ejercicio físico, actividad laboral y abandono del tabaco. La puntuación máxima de 7 indicaba un estilo de vida completamente saludable.

Los resultados fueron contundentes: quienes obtuvieron una puntuación igual o superior a 4 experimentaron un 35 % menos de riesgo de sufrir un nuevo evento isquémico o fallecer, y un 59 % menos de mortalidad total, en comparación con aquellos con puntuaciones más bajas. Además, mostraron mejoras en el perfil lipídico y niveles más bajos de proteína C reactiva ultrasensible, un marcador de inflamación relacionado con el riesgo cardiovascular.

El análisis estadístico también reveló que, por cada punto adicional en la puntuación del estilo de vida, el riesgo de eventos isquémicos o muerte se reducía en un 35 %, y el de fallecer por cualquier causa en un 59 %. Este beneficio fue independiente del tratamiento médico, incluidos fármacos como las estatinas, ampliamente prescritas tras un infarto.

Uno de los hallazgos más relevantes del trabajo fue que solo el 50 % de los pacientes seguían los consejos sobre estilo de vida saludable, pese a estar más adheridos a la medicación. Esta baja adherencia a las recomendaciones no farmacológicas refuerza la necesidad de intensificar las campañas de concienciación y el seguimiento clínico, para lograr un abordaje integral que combine el tratamiento médico con intervenciones sobre hábitos de vida cotidianos.

Según el Dr. José Tuñón, coautor del estudio, los avances en medicación no deben hacer que se subestimen los beneficios de una vida saludable. Este enfoque combinado no solo mejora el pronóstico tras un infarto, sino que también se alinea con las recomendaciones de las principales guías clínicas internacionales.

En resumen, este estudio confirma que, en pacientes con enfermedad coronaria, adoptar un estilo de vida saludable tiene un impacto real y cuantificable en la supervivencia y calidad de vida. Reforzar esta idea tanto en la consulta como en la educación pública podría marcar una diferencia decisiva en la lucha contra la enfermedad cardiovascular.

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